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Del centro de una ciudad, a una gran casa en el campo

Jueves, 11 de octubre de 2018

Aida y Paolo, una joven pareja habituada a la vida de ciudad, decidieron hace un año mudarse a una casa en el campo en Asturias, no lejos de entornos urbanos, pero sí que con un estilo de vida muy diferente. De un pequeño piso en el puro centro de Oviedo, a una casa grande, rodeada de enormes fincas. Del supermercado a la huerta. De pasear en asfalto a caminatas en el campo. Hemos hablado con Aida sobre qué ha supuesto para ellos este gran cambio, que realmente hace unos años nunca se hubiera planteado. Aquí Aida nos cuenta la experiencia. Y lo pinta tan bien, que casi dan ganas de cambiar de vida.

 

"La decisión fue muy dura en realidad. Yo siempre viví en un pueblo, pero uno grande, que es El Entrego, donde hay todos los servicios, no hace falta utilizar el coche prácticamente para nada. Y luego me mudé a vivir al centro de Oviedo, donde tenía todo cerca de casa. Esto de vivir, como ahora, en una zona rural, donde no hay servicios cerca, nunca lo había hecho. Personalmente, que los cambios me cuestan, me resultó difícil. Me daba miedo vivir aislada, vivir en una casa grande, tener que usar el coche prácticamente para todo (de hecho, tuve que volver a hacer prácticas en una academia porque siempre iba andando a los sitios o en transporte público). Y luego todo lo que era de tener esa sensación de que si quiero salir a tomar un café o cualquier cosa, no puedo hacerlo aquí".

 

Pero esos miedos se disiparon al enfrentar la realidad y dice Aida que "a día de hoy no me importa absolutamente nada de lo que pensé que podía echar de menos". Y es que, recuerda, que cuando más miedo pasaba pensando en el cambio que iba a hacer, era antes de ir a la casa. Luego estaba allí, cuando comenzamos a ir a limpiar, reparar cosas y a organizar, y me sentía a gusto. Pero cuando estaba sentada en el salón de mi antiguo piso de Oviedo, en el estilo de vida que era el que conocía y al que estaba habituada, me angustiaba pensar en el cambio, en todo el trabajo que puede suponer tener una casa grande con jardín".

 

Comenzando nuevas rutinas

 

"La primera noche aquí fue el peor momento", recuerda Aida. "De repente, de vivir siempre en edificios, yo me sentía que estábamos más desprotegidos. Nuestra pared no choca con la pared de un vecino, sino que hay campo enorme alrededor", comenta entre risas.Otro choque del cambio  son los ruidos de la naturaleza. De la costumbre de escuchar coches o personas hablando en la calle y que eso no resulte molesto, el hecho de "estar en la naturaleza y escuchar los sonidos que no son de ciudad, me molestaban mucho para dormir. Ahora no los siento y, cuando lo hago, me resultan agradables. Pero en ese momento, los ladridos de perros me parecieron algo muy molesto", dice riendo. "Esa primera noche no dormí nada, pero rompí todos los miedos ese mismo día y me dí cuenta de que peligro no hay".

 

 Por otro lado, una casa grande con jardín, supone mucho más trabajo que mantener limpio un piso pequeño. "Nosotros nunca habíamos hecho algo así . Ni vivido en la naturaleza ni habíamos llevado una casa y jardines y fincas". Pero, una de las mejores cosas de los pueblos es "la gente es cercana y siempre está dispuesta a ayudar. Entonces un vecino, nos ayudó a desbrozar, a podar los árboles, que no sabíamos". Recuerda Aida cómo su jardín "parecía una selva llena de fruta tirada en el suelo. y también nos sentíamos culpables de que tanta fruta pudiera tirarse. Había kilos y kilos de manzanas, peras o melocotones tirados que podían comerse". Así, hubo que dar salida a esos alimentos. "Aprendimos a hacer mermelada. Aprendimos que los tarros de cristal que lleguen a nuestras manos, todos ellos, debemos hervirlos y guardarlos porque los vamos a necesitar", explica. Además, el año pasado Aida conoció a una chica que tiene una empresa familiar que se dedican a la huerta y tienen ganado. "Les regalamos la fruta para sus animales, y ellos lo recogían gratis" y además aprendieron mucho en los primeros meses sobre cómo cuidar los árboles frutales, la finca y el jardín.

 

Las ventajas de la vida rural

 

¿Qué es lo mejor de vivir en el campo? A Aida, lo que le encantó desde el principio es algo que echaba mucho de menos en la ciudad: "Cuando hace un día soleado, tienes que salir a la calle para poder aprovecharlo. Pero aquí, sale el sol, agarras una silla y te puedes sentar a la puerta de casa. No hace falta organizar un día de playa o de campo. Porque todo lo que te pide un día de naturaleza puedes tenerlo aquí. Lo viví uno de los primeros días que llegué a esta casa y eso me encantó".

 

Con el tiempo, también quisimos poner una huerta. "Nunca, ninguno de los dos,  habíamos tenido una, por lo que no sabíamos nada y tuvimos que leer mucho y aprender. Uno de los asuntos era saber dónde situarla (tiene que darle mucho el sol, y preferíamos cerca de casa para no tener que cargar las cosechas). La nuestra es muy pequeña y, con muy poco, hay muchísima comida para abastecer a dos personas. Puede ser trabajoso, y los vecinos nos advirtieron mucho de ello. Sin embargo, haciendo un poco de trabajo a diario, teniendo en cuenta que en Asturias, gracias a la lluvia, no hay que pensar en regar prácticamente, no se nos ha hecho trabajoso".

 

El hecho de tener una huerta, lleva a una enorme ventaja más de la vida de campo: la de saber qué es lo que uno come y es que Aida y Paolo decidieron que esa fuera una huerta ecológica, en la que no se usan productos tóxicos.

 

Ahora, además de tener tomates, calabacines, pimientos del padrón y hierbas aromáticas como albahaca o lavanda, también han dejado de comprar fruta porque tienen manzanas, peras, limones y melocotones.

 

"Hay ahorro en vivir en un pueblo en el sentido de que muchas cosas que comprábamos antes ya no tenemos que gastar en ellas", pero también es cierto que se ha sumado un gasto que Aida antes no tenía: la gasolina. "Yo no usaba coche y ahora lo hago a diario", recuerda.

 

Un cambio de vida que ha merecido la pena

Ahora, tras casi un año, dice la joven que "en realidad ya no echo nada de menos de la ciudad". Cabe mencionar, como recuerda Aida que "cuando decidimos mudarnos, la vida ya nos había cambiado. Igual esta mudanza habría sido impensable hace cinco años, pero ahora teníamos más horas de trabajo y por tanto menos tiempo para el ocio en los días de semana y mucho amigos ya no viven cerca, como antes, por lo que había menos planes también". Sin embargo, en el campo, la pareja aprovecha mejor las horas libres: paseo por la mañana por el campo, juego con los animales (tienen un perro y a veces vienen perros de los vecinos), tomar el sol. Así que no echo en falta la ciudad".

 

Al mismo tiempo, dice Aida que "cuando más se nota que vives en el campo es cuando sales a cenar y no vale con bajar las escaleras y encontrarte con la gente, sino que hay que moverse unos cuantos kilómetros en coche". Pero, en el día a día, la joven que reconoce que nunca se sintió muy rural,  encuentra muchas ventajas, y aprecia mucho su vida de tranquilidad.

 

Esa tranquilidad se refleja en las actividades que una casa da la posibilidad de hacer: "Cuando vives en un piso y tienes un rato libre, no tienes mucho en qué aprovecharlo: leer o ver la tele, o limpiar  y ordenar la casa o escuchar música. Aquí, en el campo puede hacer 15 mil cosas más. Muchas las tienes que hacer, pero son placenteras. Por la mañana lo que más me gusta es levantar las persianas. En la ciudad era algo que hacía porque hay que hacerlo, pero ahora es un momento que me encanta, por las vistas que me ofrece", dice Aida. Así, ella hace el desayuno con unas vistas bonitas, viendo la naturaleza. "Da la sensación de estar en el mundo. Es una sensación de conexión. Yo tenía miedo a la soledad aquí, pero no te sientes solo: hay muchos animales, vecinos que siempre están dispuestos a charlar" y añade que en "un edificio en medio de la ciudad me sentía mucho más sola''

 

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